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¡Rusos en la costa!

Finanzas.com, Carlos Manuel Sánchez, 12 de mayo – Dígame, ¿Cuánto vale una ostra en España? La pregunta me desconcierta. Me la hace Mijaíl Sarátov, un inversionista ruso que ha viajado a Benalmádena (Málaga) a tantear el mercado inmobiliario. «Una ostra, en la pescadería, ¿cuánto cuesta?», insiste. Miro a la traductora. Miro a Sarátov. Me siento tan perdido como Zapatero cuando le preguntaron por el precio de un café. Hace una década que no cato ese manjar. Pero tengo un smartphone, así que googleo y hago una estimación: «Calculo que un euro». La intérprete traduce. Y Sarátov lanza una exclamación. «¡Un euro! ¿Sabe lo que vale una ostra en un mercado de Moscú? ¡Diez! Y están muertas. En España están vivas». Sarátov coge carrerilla y me cuenta que un piso de 40 metros cuadrados en el extrarradio moscovita ronda los 150.000 euros. «Espartano, un solo dormitorio, a la soviética», subraya. «Por el mismo precio puedes comprarte uno con dos o tres dormitorios y vistas al mar en la costa española. Ocho meses de invierno en Rusia, ocho de sol en España. No hay color», sentencia.

De repente entiendo por qué una de cada cinco casas que se venden en España la compra un ruso, según datos de Fiabci, una asociación mundial que agrupa a dos millones de agentes inmobiliarios. Pero al mismo tiempo la afirmación de Sarátov me rompe los esquemas. Resulta que lo que se busca es el precio. O sea, que ya no es solo la oligarquía la que se puede permitir el lujo de comprar una casa en el extranjero; ya no es una cuestión de potentados en un país donde el diez por ciento de la población controla el 90 por ciento de los recursos (Rusia es la tercera nación con más multimillonarios, solo por detrás de Estados Unidos y China). «Es la clase media. Hay una muy pujante en Rusia y con sus buenos ahorros que está buscando dónde invertirlos. Y con la caída de los precios por la crisis -en la Costa del Sol han bajado hasta un 35 por ciento- España se ha convertido en una opción muy interesante», explica Natalia Germán, directora de ventas internacionales de Best Elite, una inmobiliaria con sede en Moscú especializada en clientes de alto standing. «Seguimos teniendo un comprador que busca propiedades por encima de 1,5 millones de euros. Pero la explosión se ha producido en las de menos de 300.000».

Los rusos se han convertido en los segundos compradores de viviendas en España. Han superado a los franceses y solo tienen por encima a los británicos. Y los expertos estiman que van a pasarlos, porque en muchas propiedades británicas luce el cartel de ‘se vende’. La mayoría de los ingleses son jubilados que miran con lupa su pensión y aprovechan a fondo la sanidad pública española. Los rusos suelen ser parejas jóvenes, con hijos que escolarizar, caprichos que satisfacer y dinero, mucho dinero. No solo se nota su irrupción en el sector inmobiliario, también en el turístico. Ladrillo y playa, los dos pilares de nuestra maltrecha economía. Somos el país europeo favorito de los turistas rusos. Prefieren la franja mediterránea: Cataluña (el 75 por ciento), Levante y la Costa del Sol, además de Canarias. España recibió 1,2 millones de visitantes rusos el año pasado y llegará a los dos millones en 2015. La precaria situación de Grecia y Chipre, dos destinos tradicionales para los rusos, ha acelerado el proceso.

Son proclives a la ostentación y gastan espléndidamente. Casi 1500 euros de media por persona y estancia, 600 euros más que el resto de los visitantes extranjeros. A veces se comportan como nuevos ricos. Cuando van a un hotel ocupan las suites, pero luego comen en el bufé y llenan los platos como si se preparasen para una glaciación. Hay una especie de trauma colectivo, resabio de los tiempos de largas colas en las tiendas y estanterías vacías que hace que incluso los millonarios se pirren por ir al Mercadona a llenar el carrito. Thomas Chmiel, guía turístico, lo expone así: «Para un ruso, unas buenas vacaciones consisten en gastarse hasta el último rublo. Si vuelve a casa con dinero, no han sido lo bastante buenas». Esta idiosincrasia ha beneficiado a los gigantes mundiales del lujo como Louis Vuitton, Moët, Hennesy, Cartier, Montblanc, Rolls Royce, Burberry, Gucci, Dior, Hermès o Tiffany, que están capeando mejor que bien la crisis gracias a la demanda de los mercados emergentes, como China, Rusia y Brasil. Y han conseguido en Bolsa cotizaciones superiores a los dos dígitos. Las tiendas españolas de estas marcas también notan el tirón. Los rusos prefieren comprar aquí joyas, calzado, accesorios, ropa de marca o relojes porque cuestan dos o tres veces más baratos que en Moscú.

Pero no solo en las tiendas exclusivas se los espera como agua de mayo. En El Corte Inglés de Tenerife hay cartelería y megafonía en su idioma. En las vallas publicitarias, desde la Costa Dorada a la del Sol, se incluye el alfabeto cirílico. Se contrata a personal rusoparlante en agencias y hoteles porque todavía les cuesta manejarse en inglés. Al fin y al cabo eran una potencia acostumbrada a que el idioma ruso fuera la lengua franca. Y, en fin, aeropuertos como El Altet (Alicante) se preparan para el aluvión, con frecuencias que llegarán a los 18 vuelos semanales desde Moscú y San Petersburgo.

Llegan como turistas, aunque el sector inmobiliario sueña con que muchos acaben siendo residentes y salir así del coma en el que está sumido desde 2008. Pero el coma es muy profundo: hay 3,4 millones de viviendas vacías en España. Las ventas a extranjeros vuelven a alcanzar los niveles de antes de la crisis: unas 40.000 anuales. Es un rayo de esperanza. Pero todavía es pronto para hablar de resurrección. «Lo que hemos vivido en el mercado inmobiliario español es un tsunami. Necesitamos un ‘plan Marshall’. Y un mercado tan grande como el ruso podría ser una tabla de salvación. Pero harían falta muchos rusos para salir del pozo», matiza el empresario Enrique Lacalle, organizador del Russian Meeting Point, un evento que pone en contacto a inmobiliarias españolas e inversores rusos y que tiene ediciones en Barcelona, Torrevieja, Marbella… La idea es que se junten el hambre con las ganas de comer; es decir, que los potenciales compradores del Este se vean cara a cara con los vendedores y visiten algunos de los miles de apartamentos vacíos de la costa mediterránea que tienen en stock promotoras y bancos.

El precio no es el único aliciente. «Les encanta el clima, la gastronomía… Además de la calidad de obra, que es muy buena. Pero lo más atractivo es que España les abre las puertas de la Unión Europea», apunta Lacalle. Hace unos meses, el Gobierno español dejó caer que daría el permiso de residencia automáticamente a los extracomunitarios que comprasen una casa de más de 160.000 euros, un guiño dirigido a rusos, chinos y cataríes. De momento, el anuncio quedó en globo sonda, pero despertó un gran interés en Rusia. Porque ese permiso no solo les serviría para suelo español, sino que les permitiría trasladarse libremente por territorio Schengen sin necesidad de visado. Un engorro burocrático que los rusos aborrecen. Lacalle opina que es una buena idea. Pero exigiría dos condiciones para otorgarlo, además de la adquisición de una vivienda. «Una es que el comprador tenga un certificado de penales impecable y así nos evitamos el problema de las mafias. Y la segunda: que adquiera una cierta cantidad de deuda pública española».

Es difícil borrar el estigma que identifica a los rusos con la mafia. No ayudan casos como el de Andrei Petrov, el capo afincado en Lloret de Mar, acusado de blanquear 56 millones de euros y de sobornar al exalcalde y a varios concejales. «Estoy harto de los corruptos de este país. En España, todos tienen un precio», declaró Petrov. Y, sin embargo, Lloret de Mar presume de una población rusa muy asentada y activa. Son el cinco por ciento de los censados. Tienen su propia iglesia ortodoxa. Y realizan el 60 por ciento de las operaciones de compraventa de viviendas. No les gusta alquilar, compran tanto primera como segunda residencia. Y tampoco les gusta la segunda mano; quieren casas a estrenar. A las autoridades rusas les preocupa la fuga de capitales que supone esta diáspora e intentan desanimar a los posibles inversores contándoles que en España la situación está muy mal, lo cual no deja de ser cierto. Se suceden los reportajes en televisión sobre la inseguridad jurídica y la corrupción en nuestro país, pero el ruso medio compara con lo que tiene en casa y se lo toma con filosofía.

Nina Barachinskaya lleva 11 años en España y para ella es una cuestión de tranquilidad. Entre otras actividades en el sector inmobiliario, se dedica a la gestión posventa. Reside en un ático de Torremolinos con su hija de 17 años. «Aquí la seguridad jurídica es mayor que en Rusia y la vida no es tan dura. Si cumples con la ley, no tienes problemas. Eso no sucede allí. Por eso, los rusos están comprando propiedades por todo el mundo. No solo como segunda residencia; muchos acaban llevándose a la familia. Y traen mucho dinero. Meten a los niños en colegios internacionales, compran coches… Le dan vida al comercio. Los bancos saben que con los rusos pueden estar tranquilos. Siempre pagan. En mi caso, la razón fundamental de quedarme a vivir en España fue darle una buena educación a mi hija. La residencia española le permitirá estudiar en cualquier universidad de la Unión Europea. Y eso en Rusia se valora mucho». Pero la vida de expatriado no es fácil. «Cuando empiezas a vivir aquí, sientes euforia. Luego, te vas dando cuenta de los obstáculos. Hay que aprender mil cosas, no solo el idioma. Y debes sacarte un montón de papeles; por ejemplo, no puedes homologar el carné de conducir ruso, tienes que volver cada seis meses a renovar el visado… Desde hace un par de años, el Consulado da los permisos de residencia con facilidad, pero antes era muy difícil», explica.

El papeleo es lo que más los desanima. Ana María Peñarroya, directora comercial de la urbanización La Reserva, en Marbella, lo sabe. Por eso intenta ponerles una alfombra roja. «Les tramitamos todo: contratos, traducciones, luz, agua, colegios… A los rusos no les gusta hacer cola. Han hecho demasiadas en su país. Les damos asesoramiento jurídico gratuito. Los alojamos en hoteles de nuestra cadena y les pagamos la estancia si compran. Y estamos valorando pagarles el vuelo porque, si acaban comprando, no supone gran cosa». Me despido de Sarátov, el inversionista que me preguntó por las ostras y que aún no ha decidido si comprará casa en España. Me pide que le recomiende un vino para llevarse a su país. Le sugiero un par. «¿Qué valen?», inquiere. «Menos de tres euros», le digo. Abre los ojos como platos. Sospecho que he terminado de convencerlo.

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