Por Noelia Pérez (iAhorro)
Cuando vamos a comprar o alquilar una vivienda lo primero que miramos es el precio. Que nos guste, que sea luminosa y cómoda, y que tenga una buena ubicación son otros de los requisitos en los que solemos poner el foco. Pero a la hora de saber cuánto vamos a pagar de media en la factura de la luz, el agua o la calefacción, los ciudadanos ya no hacen tanto hincapié (aunque cada vez lo miran más) en conocer estos datos de antemano. Sin embargo, es algo que hay que tener en cuenta porque suponer un ahorro determinante.
Desde el año 2013, toda vivienda en régimen de alquiler o venta debe contar con un certificado de eficiencia energética. Y para las viviendas de nueva construcción este se viene exigiendo desde 2007. ¿Qué es y para qué sirve? Es un documento que expone las características energéticas, como su nombre indica, de la vivienda, tanto a nivel de consumo como de emisiones. En otras palabras, nos dice de antemano cuánto consumo de energía necesita la vivienda para que sea confortable.
En el certificado energético también debe constar si la vivienda necesita alguna reforma (ventanas, fachadas, cubiertas) para que sea totalmente eficiente energéticamente hablando y así reducir el consumo de energía y lograr un ahorro económico. Por eso, en el momento del alquiler o compraventa de la vivienda, el propietario debe poner a disposición del comprador o arrendatario este certificado para que tenga constancia de la situación a la que se enfrenta.
¿Cuánto podemos ahorrarnos con el certificado energético?
La calificación energética de una casa se muestra a través de siete letras: desde la A (más eficiente) hasta la G (menos eficiente). También puede representarse con un abanico de colores: verde (A, B y C), amarillo (D) y rojo (E, F y G). Una vez se obtiene este certificado, no hace falta renovarlo al menos hasta 10 años después.
A la hora de valorar el nivel de eficiencia energética que se concede a cada vivienda se tienen en cuenta varios factores como la calefacción, la iluminación, la producción de agua caliente, la refrigeración o la ventilación de la vivienda. Esto también influye en el ahorro. Por ejemplo, si el sistema de climatización de la casa es malo, al inquilino o propietario le costará mucho tanto enfriarla como calentarla y gastará más en ello.
Así, un propietario de una vivienda con una eficiencia energética media podría llegar a pagar hasta 300 euros por poner la calefacción, mientras otro de un inmueble muy eficiente gastaría 190 euros. Como vemos, en este caso, el ahorro podría superar incluso los 100 euros, aunque todo depende de las características del inmueble.
¿Influye en la hipoteca?
Además del ahorro en las facturas, algunas entidades bancarias de España y de la Unión Europea tienen muy en cuenta el certificado energético para ofertar más o menos intereses a la hora de contratar una hipoteca. Aquí es donde entran en juego las ‘Hipotecas verdes’ o ‘Eco-hipotecas’, cuyos tipos de interés o bonificaciones cambian en función de la calificación energética de la vivienda: cuanto mayor sea (A, B o C), más descuento podríamos obtener.
Este ahorro es fácil de conseguir en viviendas de obra nueva, más adaptadas y que cumplen mejor con los estándares ambientales. No obstante, la cosa se complica cuando hablamos de edificios antiguos o viviendas de segunda mano. El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico calcula que en España más de la mitad (55%) de las edificaciones que existen se construyeron antes de 1980, es decir, antes de que se decretara la primera normativa para imponer que tuvieran unos criterios mínimos de eficiencia energética. Esto conlleva que no sean eficientes en este sentido y, por tanto, que a la hora de valorarlos su calificación sea baja.
Por ello, es aconsejable tener en cuenta las recomendaciones del certificado y hacer todas las reformas que sean posibles para ahorrar un buen pellizco tanto en la factura como, si podemos, en la hipoteca.